La vida transcurre como todos los días en el edificio donde Oleandro trabaja como conserje, pero la rutina será interrumpida por una cesta abandonada en el portal. Su contenido se encargará de poner de cabeza no solo la vida del protagonista, sino también la de los ermitaños y solitarios habitantes del edificio, que se verán obligados a recordar algunas costumbres que ya habían olvidado: saludarse, mirarse y conversar.
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