Si en algún lugar de la tierra está el infierno, es en la Sala 56A del Museo del Prado. Allí están exhibidas las huestes de demonios y condenados que pintó Hieronymus Bosch, el Bosco. Felipe II adquirió en su momento estos cuadros, y cuando le llegó la hora de la agonía, los hizo colgar frente a su lecho de enfermo. Obsesionado con la presencia del mal, había mandado a la hoguera a cientos de acusados, y ahora temblaba ante su propio destino tras la muerte.
Como sacados de las pinturas del Bosco, varios transgresores exhiben sus crímenes en las páginas de Peccata mundi: un asesino, un adúltero, una descuartizadora, una pareja incestuosa, una mujer indiferente, un verdugo y un voyerista, como también la sombra del propio monarca justiciero. Todos ellos tendrán que comparecer ante el único juez que podría indultarlos: el lector.
Los protagonistas de estos relatos tienen existencia independiente y sin embargo conforman una unidad, como los arcanos del tarot. Los une un hilo conductor: todos han incurrido en delitos atroces, pero sus vidas están marcadas por lo que llamamos el mal.
¿Hasta qué punto son culpables? Laura Restrepo indaga en la densa complejidad moral de la transgresión mediante este fresco inquietante y original, revelador, aterrador, pero de alguna manera también dulcemente humano.
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